jueves, 31 de marzo de 2016

"Feeling at home" en Totnes


Vivir durante unos meses en un lugar pequeño te permite sumarte con rapidez a su paisaje humano, sentirte parte del vecindario. En Totnes he sentido eso, he acabado incorporando caras y voces a mi cotidianidad, y completos desconocidos han venido a convertirse en compañeros habituales.

En la calle principal, en el mercado, paseando por el río, en la biblioteca, en el tren, haciendo la compra… acabas cruzándote con un nutrido grupo de personas que se hacen familiares, a la vez que mantienen el atractivo de lo diferente. Porque, llamadme snob, pero la barrera lingüística y cultural envuelve en un halo de cierto misterio a la gente, de modo que un carnicero de Totnes, por poner un ejemplo, tiene un glamur del que carece uno de Segovia.

Pero, aparte del idioma y de la peculiaridad de la british people (leed, por favor, este iluminador artículo: ¿Por qué los británicos son tan raros?), en Totnes, definitivamente, hay un plus de excepcionalidad. Y, como muestra, un botón: a continuación os presentaré, en larga retahíla, algunas de las personas que se han cruzado conmigo a lo largo de estos meses, y que han formado parte de mi “paisanaje”. 

Con algunas no he intercambiado palabra, aunque sí una mirada, una sonrisa, un saludo o un “sorry!” (of course). Con otras, he compartido una cerveza, alguna cena y un rato de conversación. Unas pocas, confío en que sigan conmigo una vez regrese a España, pues se han convertido en amigos. Ahí va:

La abuelita de la gabardina roja, que pasea diariamente a sus tres perritos. 
Los homeless habituales: el joven pelirrojo; el del sombrero de ala que vende el Big Issue con una permanente sonrisa casi budista; o el de la mochila negra, que cualquiera confundiría con un turista de paso, que canta en la High Street con mala voz y que, al parecer, es psicólogo.
Sophie, casi dos metros de altura semiocultos bajo una pamela, larga melena cana, poncho y falda larga… Una mujer, aún metida en cuerpazo masculino, con una voz suave y expresión muy tierna. Es voluntaria en la tienda de Oxfam.
El “antiguo”, un hombre en su cuarentena, padre de familia, que siempre, siempre, va vestido y peinado como si acabase de salir de una novela de Jane Austen.
Karli, rara avis adolescente, que nos asaltó por la calle para hablar español porque le encantan los idiomas y es autodidacta en varios de ellos (árabe, entre otros). Así que le “adoptamos” los lunes por la tarde para charlar.
El músico del litófono, un cincuentón con aspecto hippy que, de vez en cuando, toca en la calle su curioso instrumento, hecho de placas de pizarra, cuerda y bambú.
La septuagenaria Wendy, hermosa y ligera en su bicicleta, y siempre presente, trabajando en los jardines o en cualquier evento que organice Transition Town Totnes.
Jonni, joven encantador, enamorado de España, que vende raciones de arroz en su puesto “Hermanos Paella” del mercadillo gastronómico. Actualmente, se entrena en el dominio de la técnica del churro y la porra.
Peggy, entusiasta jubilada con la que he hecho intercambio de idiomas estos meses, pues sueña con pasar los meses de invierno en España.
Jaquie, alcaldesa verde de Totnes, una mujer pequeña con una apariencia de fortaleza y dignidad que animan a confiar en ella. Coordina las sesiones de cine ambiental de Transition Town Totnes.
Mi cajera favorita del supermercado Morrisons que, con sus cincuenta bien cumplidos, adorna su pelo cano, recogido en moño perfecto, con una diadema de diamantes de plastiquillo. Cuando le dije que parecía una princesa, me respondió digna y sonriente: “I am a princess!”
Y otra mujer de pelo blanco, también pegada siempre a su bicicleta, y especializada en otro tipo de “servicio a la comunidad”: ha enganchado un carrito a su bici y se dedica a rescatar todo objeto aún útil de la basura, transportándolo luego al Recycling Centre, e incluso comida, aún en buen estado, que las tiendas y supermercados desechan por alguna razón… Is not amazing?
Esta vez transportaba flores para vender en el mercadillo, pero juro que no es el uso habitual de su carrito
Y, para no hacerme larga, acabo, ¡cómo no!, con dos totnesianos de adopción, españoles de cuna, que han hecho nuestra vida aquí más cálida, interesante y divertida:

Emilio, profesional del cine documental y excelente persona, que llegó hace ocho años atraído por la permacultura y el movimiento de transición, y que hoy sigue aquí, entre otras razones, porque hay un río, que es un ingrediente importante de su olla de la felicidad.
Y Libertad, creativa, intuitiva y generosa, que lo mismo da clases de español, que organiza un espectáculo flamenco, que te pinta un retrato naif, que se arranca con un “Al Alba” aflamencada que deja al pub entero en silencio.

Sí, estos han sido mis vecinos, entre otros pocos miles a los que debo unos meses preciosos. Totnes ha sido mi particular Cicely (aquel pueblecito de Alaska al que enviaron al Dr. Joel Fleishman), por la cantidad de personajes originales, artistas, locos y solitarios. Aunque también me ha recordado a La Granja, con su toque pijete (aquí se dice “posh”) y su importante población de rentistas, herederos y beneficiarios de remuneración de origen incierto. Y, por supuesto, ha sido lo más parecido que he experimentado a vivir en una especie de ecoaldea, con su eco-revuelto de hippies, neohippies, transicionales, esotéricos, terapeutas y visionarios. 

Así que no puedo por más que gritar un entusiasta “THANK YOU SO MUCH, TOTNES!”

viernes, 18 de marzo de 2016

Guerra, mujeres y jardines comestibles

En una entrada anterior, dedicada a los Rincones verdes de Totnes, dimos un paseo por los pequeños parques del pueblo. Hoy voy a hablar de otro tipo de “zonas verdes”, a veces micro-zonas, que salpican aquí y allá las calles con la intención de demostrar que, además de belleza, respiro y juego, estos espacios urbanos también pueden ofrecer alimentos.

Pero, para empezar, vamos a hacer una breve incursión histórica que ayude a entender mejor esta curiosa afición a los jardines comestibles.

Inglaterra tiene fama de estar poblada de jardineros aficionados, que en sus ratos libres se aplican al cuidado de su parche de verdor doméstico y recortan el césped con todo esmero. Pero no es tan frecuente la imagen del inglés dedicado a una actividad más productiva, la de criar plantas para comer… Vemos a los ingleses como jardineros, no como hortelanos.


Empleados del metro de Londres cuidando sus coles
En mi caso, yo tenía una vaga idea acerca de la transformación, de jardines y solares de pueblos y ciudades, en campos de cultivo y huertos, para hacer frente a la escasez de alimentos que sufrió el país durante la segunda guerra mundial. Pero la historia es realmente fascinante, y la he descubierto gracias a un libro, Jambusters (soy incapaz de traducir el título), sobre el impresionante papel que tuvo una red de mujeres rurales, los llamados Women’s Institutes, durante el periodo de guerra. 
Esta organización estaba integrada, en 1939, por 5.546 “institutos locales” (sólo en Inglaterra, pues Escocia tenía su propia red), que sumaban 328.000 mujeres del medio rural. Era la principal asociación femenina inglesa y, a excepción de los más grandes sindicatos, era de hecho mayor que cualquier otra organización del país. Pues bien, esta red de extraordinario alcance (estructurada a nivel local, de condado y estatal) tenía un recorrido de más de dos décadas cuando estalló la guerra, y había alcanzado influencia suficiente como para introducir cambios legislativos en materias de lo más variado (desde la organización de enfermeras de distrito hasta la contaminación de las playas británicas, pasando por los baños de las estaciones de tren).

"These are critical times, but we shall get through them, and the harder we dig for victory the sooner will the roses be with us." (C.H. Middleton, 1940) “Son tiempos críticos, pero debemos pasar por ellos, y cuanto más duramente cavemos por la victoria, antes disfrutaremos de las rosas”. De este poético párrafo, extrajo el gobierno británico su famoso eslogan “Dig for Victory” (algo así como “cavar para vencer”) para la campaña que lanzó promoviendo la producción de más comida en jardines y parcelas. 

Aunque la campaña se dirigía a toda la población, las expectativas del gobierno estaban puestas, en buena medida, en el papel que los Women’s Institutes (WI) pudieran jugar. Las mujeres fueron animadas a plantar cultivos de raíz para el invierno, a cosechar y conservar todo lo que pudieran de jardines, huertos, setos y bosques, así como a criar todo tipo de animales con utilidad alimentaria. “Con azúcar o sin ella, nuestras miembros van a ser esenciales en la recuperación para un uso futuro de cientos de toneladas de frutos de la tierra de nuestros jardines y huertos domésticos.”
La maquinaria de la red de WI se puso en marcha… Se convocaron charlas y talleres prácticos, se organizaron plantaciones colectivas, la revista del WI se llenó de historias de éxito sobre grupos de mujeres, muchas de ellas novatas hortelanas, que informaban de sus primeras cosechas… También se llevó a cabo una considerable labor educativa sobre la preservación de alimentos que, entre otras cosas, condujo a la masiva producción de mermeladas y otras conservas (la excepcional cosecha de 1940, por ejemplo, dio lugar a la fabricación de 1000 toneladas de mermelada por parte de los grupos locales del WI).

 
Un aspecto menos conocido de esta labor es la contribución de las mujeres del WI a la recolección y secado de frutos y hojas con finalidad medicinal, que aliviaran la escasez de medicamentos básicos anteriormente importados. Por ejemplo, durante aquellos años la industria farmacéutica inglesa tuvo que procesar ingentes cantidades de hoja de digital (Digitalis purpurea), utilizada para el tratamiento de enfermedades coronarias, y a esta tarea contribuyó el WI impulsando y organizando la recolección. En algunos casos, los grupos locales contaron con el consejo de expertos botánicos, como el Dr. W.O. James de la Universidad de Oxford, que diseñó un protocolo de recolecta y secado, e incluso de cultivo doméstico. “El Dr. James nos pide que destaquemos que (el posible beneficio económico) será muy pequeño. La gente no debe esperar sacar dinero de esto, más bien debe considerarlo como un servicio a la nación, con el cual puede ayudar al abastecimiento de medicinas que salvan vidas y que no estarían disponibles de otro modo.”

Niños recogiendo escaramujos
La tarea de recolección y secado de Digitalis fue tan exitosa que se amplió a otras plantas, como diente de león, ortiga, castaño y escaramujo. Hacia el final de la guerra, la demanda de escaramujo (el fruto del rosal silvestre o Rosa canina) creció enormemente y el gobierno pidió, al WI y otras entidades, su colaboración para la recogida de 500 toneladas.


Este fruto contiene una concentración de vitamina C muy alta, de modo que la falta de cítricos se suplió con un jarabe de escaramujo que se daba a los niños como complemento alimenticio (los escolares británicos, por cierto, también colaboraron en la recogida). En 1942, el consejo del Sistema de Plantas Medicinales escribió agradeciendo a los grupos del WI su trabajo de recolección, y en especial a aquellos que lo hicieron de forma gratuita, y se realizó una película sobre el uso de la digital para que las mujeres pudieran comprobar el valor del trabajo que había desarrollado.

En fin, dejo aquí la excursión por las andanzas del WI pues, con estas breves notas del libro de Jambusters, sólo pretendía compartir mi entusiasmo por este episodio histórico e ilustrar una impresión: creo que la condición insular del Reino Unido, el carácter práctico de sus gentes y su sentido comunitario, reforzado con toda seguridad en las situaciones críticas, están en la raíz de ese peculiar movimiento social que, desde hace unos años, viene proponiendo la conversión de parcelas y rincones urbanos en jardines comestibles, con una utilidad más demostrativa que real.

Uno se pasea por el pueblecito de Totnes y se encuentra, aquí y allá, con maceteros, medianas y pequeñas parcelas, que invitan a servirse de la variedad de plantas disponibles, aptas para el consumo. Detrás de esto no hay mucho más que un grupo pequeño de voluntarios, coordinados por una extraordinaria mujer en sus setentaytantos, Wendy, que se encuentran un par de veces al mes para realizar las tareas básicas de cuidado y mantenimiento.


La abuelita jardinera, Wendy, a la derecha
También existen proyectos de más calado, que se desarrollan en zonas verdes más extensas, como los jardines de Follaton o Bridgetown, en los que se han plantado y se cuidan unos centenares de árboles frutales y arbustos con utilidad alimentaria o medicinal. Nuevamente, y aunque la colaboración del ayuntamiento haya sido necesaria para poner en marcha el proceso, el mantenimiento recae en personas voluntarias que ceden unas horas al mes a estas tareas.

Plantación de frutales plantados en Follaton


En el caso de Totnes, este grupo de personas está relacionado con la organización Transition Town Totnes, que trata desde hace años de concienciar sobre la necesidad de reforzar la capacidad de las comunidades locales para autoabastecerse de los recursos básicos (alimentos, energía, saberes tradicionales, etc.) y prepararse para hacer frente a las dificultades que el cambio climático y la escasez energética traerán en un futuro no lejano. También en Inglaterra surgió, con parecidos objetivos, el movimiento Incredible and Edible (Increíble y Comestible), que ha dado fama internacional al pueblo donde nació Todmorden.

Para la mentalidad española media, estas ideas resultarán totalmente excéntricas, también lo son para la mayoría de los británicos… Sin embargo, una activa minoría se ha puesto los guantes y calzado las botas de agua y ha iniciado proyectos muy variados de horticultura y jardinería comestible, con la intención explícita, entre otras, de entrenarse en el autoabastecimiento alimentario.

En el entorno de Totnes, un lugar especial también dentro del contexto británico, abundan las iniciativas relacionadas con la recuperación de la actividad agrícola ambientalmente respetuosa, y que cuentan además con la colaboración de voluntarios: Land Project Network, Foxhole Community Garden, School Farm Community Supported Agriculture... Entre ellas, también existe un ejemplo peculiar de esta corriente, en su variante agroforestal. Martin Crawford es un tipo que compró hace unos veinte años una parcela en el cercano pueblo de Dartington y comenzó a aplicar las técnicas de la permacultura para transformarla en un jardín de árboles y arbustos comestibles que pudiera mantenerse con el mínimo de esfuerzo y energía. En este enlace podéis ver un corto de su interesante experimento.

En fin, a muchos amigos en España, implicados en proyectos de huertos urbanos, quizá no les sorprenda el ejemplo inglés. A mí sí me ha admirado la variedad de iniciativas y de personas que las apoyan, muchas de ellas por cierto con edades en las que una no se las imagina doblando el espinazo. Quizá influya, efectivamente, el recuerdo vivo de los tiempos difíciles en los que hubo que sacarse las castañas del fuego… y las patatas del suelo.