Se trata de pequeños puestos en los que se puede encontrar de todo: las clásicas frutas y verduras, la mayor parte orgánicas, de venta directa del productor; carnes e incluso pescado, y comida preparada, desde mermeladas caseras, a panes orgánicos y chorizos españoles. Pero no sólo hay comida; en los puestos se venden: útiles de pintura y dibujo (acuarelas, pinceles, tubos de óleo, etc.), bisutería, ropa de segunda mano, lana tejida, herramientas, etc. Un variado surtido de ofertas, la mayoría no baratas, pero a cuál más chocante; incluso hay ¡un vendedor de historias!
Y ¿quién va a esas tiendas? Pues todos y todas: abuelitas y abuelitos, jóvenes, niños y niñas, y personas de mediana edad; con más medios, con menos medios, con muchos medios; todos y todas confluimos en esas tiendas donde, además de obtener lo que necesitamos (o no necesitamos, pero nos apetece), colaboramos con una buena causa, amén de favorecer que haya menos desperdicios, al permitir el reciclado de objetos que otras personas desechan.
Esta idea de las tiendas “charity” nos tiene fascinadas porque se trata de un medio de cooperación social muy inteligente, solidario y ecológico. Es una de las muchas cosas que nos vamos a llevar en el “fichero de lo que los ingleses nos enseñan”; en la España de nuevos ricos donde no está tan extendido el aprecio a las cosas de segunda mano, ésta es una buena referencia de lo que pueden llegar a dar de sí.
Comprar en Totnes puede ser también una aventura y una sorpresa: un buen día, al pasar por un lugar que recorres a menudo, tropiezas con un cartel escrito a mano, estratégicamente colocado y primorosamente diseñado, con el que inicias un juego de pistas que te conduce a un garaje o a un zaguán o al patio delantero o trasero de una casa particular cuyo dueño o dueña ha decidido vaciar el trastero o renovar el salón o cambiar la vajilla y olvidarse para siempre de su ex pareja; y así, te sumerges en el mundo cotidiano de otra persona que ha puesto a la venta sus enseres y se encuentra en ese saludable proceso de limpieza y renovación personal que todos deberíamos realizar a menudo; a esto se le llama jumble sale (venta de revoltijo), o garage sale (su propio nombre lo indica). En estas ocasiones, además de acercarte –siempre con timidez- a la vida cotidiana de una persona, puedes entablar con ella una amistosa conversación –avisándole antes de tus limitaciones con el inglés, obviously- lo cual te descubre gente muy amable e interesante y te permite enterarte de anécdotas curiosas.
Cuando este tipo de venta es más organizada, esto es: se convoca para un día y unas horas, en lugares concretos, y se invita a la gente con antelación, se denomina: car boot sale y jumble trail; de esta última ya hemos dado alguna noticia en el blog. Otra buena idea inglesa para incluir en nuestro ya repleto “fichero de lo que los ingleses nos enseñan”.
Para finalizar este repaso al maravilloso mundo del intercambio comercial creativo tenemos que mencionar nuestro sistema favorito, al que hemos denominado, en un alarde de dominio del inglés, help-yourself sale, o sea la venta sírvase-usted-misma.
Esto es algo, de verdad, muy digno de comentar. De nuevo nos encontramos paseando por estas calles o esos caminos y, de repente, algo llama nuestra atención; nos acercamos y ¿qué ven nuestros ojos? Pues una mesita con unos botecitos de mermelada o de chutneys (mermeladas especiadas y agridulces o picantes para tomar con pescados o carnes) caseros; o manzanas o flores, o plantitas (de fresas, o de otras variedades comestibles) o huevos. La idea es que, o bien lo puedes coger tal cual y llevártelo gratis –el caso de manzanas que el viento ha tirado y se han picado y se ofrecen al público como excedente de la casa- o bien se trata de productos que un particular vende (nada de registro de sanidad) y tienen el precio escrito a mano; se deja el dinero en una cajita habilitada al efecto y te llevas el tarro o lo que sea. Y están buenos, de verdad.
Dentro de esta variedad comercial, está también la opción de poner a disposición de la persona interesada cestitas de un determinado tamaño y, a cambio de un precio, permitir llenar esa cestita con frambuesas, huevos u otros productos que se tienen que recolectar directamente del lugar en el que se producen (léase gallinero o arbusto); lugares en los que puedes entrar por tu cuenta y llenar la cestita hasta el límite que marca. ¿No es amazing?
Pero tenemos que confesar que, aunque en este pueblo el mundo de las compras es insospechadamente rico, nosotras no lo somos tanto y casi todo nuestro presupuesto lo invertimos en comida, para cuyo aprovisionamiento contamos con el típico supermercado, eso sí, british. Pero una vez más, la idiosincrasia inglesa nos sorprende, incluso en el supermercado: a partir de las seis de la tarde (hora en que los ingleses cenan y nosotros aún digerimos la merienda) muchos productos, pero muchos, se rebajan –muy sensiblemente, incluso más de la mitad- de precio. ¿Adivináis cuál es nuestra hora de la compra?
Esto es algo, de verdad, muy digno de comentar. De nuevo nos encontramos paseando por estas calles o esos caminos y, de repente, algo llama nuestra atención; nos acercamos y ¿qué ven nuestros ojos? Pues una mesita con unos botecitos de mermelada o de chutneys (mermeladas especiadas y agridulces o picantes para tomar con pescados o carnes) caseros; o manzanas o flores, o plantitas (de fresas, o de otras variedades comestibles) o huevos. La idea es que, o bien lo puedes coger tal cual y llevártelo gratis –el caso de manzanas que el viento ha tirado y se han picado y se ofrecen al público como excedente de la casa- o bien se trata de productos que un particular vende (nada de registro de sanidad) y tienen el precio escrito a mano; se deja el dinero en una cajita habilitada al efecto y te llevas el tarro o lo que sea. Y están buenos, de verdad.
Ejemplo del help-yourself, en este caso, manzanas caídas del árbol que te invitan a llevarte |
Pero tenemos que confesar que, aunque en este pueblo el mundo de las compras es insospechadamente rico, nosotras no lo somos tanto y casi todo nuestro presupuesto lo invertimos en comida, para cuyo aprovisionamiento contamos con el típico supermercado, eso sí, british. Pero una vez más, la idiosincrasia inglesa nos sorprende, incluso en el supermercado: a partir de las seis de la tarde (hora en que los ingleses cenan y nosotros aún digerimos la merienda) muchos productos, pero muchos, se rebajan –muy sensiblemente, incluso más de la mitad- de precio. ¿Adivináis cuál es nuestra hora de la compra?
Myriam