Vivir durante unos meses en un lugar pequeño te permite sumarte con rapidez a su paisaje humano, sentirte parte del vecindario. En Totnes he sentido eso, he acabado incorporando caras y voces a mi cotidianidad, y completos desconocidos han venido a convertirse en compañeros habituales.
En la calle principal, en el mercado, paseando por el río, en la biblioteca, en el tren, haciendo la compra… acabas cruzándote con un nutrido grupo de personas que se hacen familiares, a la vez que mantienen el atractivo de lo diferente. Porque, llamadme snob, pero la barrera lingüística y cultural envuelve en un halo de cierto misterio a la gente, de modo que un carnicero de Totnes, por poner un ejemplo, tiene un glamur del que carece uno de Segovia.
Pero, aparte del idioma y de la peculiaridad de la british people (leed, por favor, este iluminador artículo: ¿Por qué los británicos son tan raros?), en Totnes, definitivamente, hay un plus de excepcionalidad. Y, como muestra, un botón: a continuación os presentaré, en larga retahíla, algunas de las personas que se han cruzado conmigo a lo largo de estos meses, y que han formado parte de mi “paisanaje”.
Con algunas no he intercambiado palabra, aunque sí una mirada, una sonrisa, un saludo o un “sorry!” (of course). Con otras, he compartido una cerveza, alguna cena y un rato de conversación. Unas pocas, confío en que sigan conmigo una vez regrese a España, pues se han convertido en amigos. Ahí va:
La abuelita de la gabardina roja, que pasea diariamente a sus tres perritos.
La abuelita de la gabardina roja, que pasea diariamente a sus tres perritos.
Los homeless habituales: el joven pelirrojo; el del sombrero de ala que vende el Big Issue con una permanente sonrisa casi budista; o el de la mochila negra, que cualquiera confundiría con un turista de paso, que canta en la High Street con mala voz y que, al parecer, es psicólogo.
Sophie, casi dos metros de altura semiocultos bajo una pamela, larga melena cana, poncho y falda larga… Una mujer, aún metida en cuerpazo masculino, con una voz suave y expresión muy tierna. Es voluntaria en la tienda de Oxfam.
El “antiguo”, un hombre en su cuarentena, padre de familia, que siempre, siempre, va vestido y peinado como si acabase de salir de una novela de Jane Austen.
Karli, rara avis adolescente, que nos asaltó por la calle para hablar español porque le encantan los idiomas y es autodidacta en varios de ellos (árabe, entre otros). Así que le “adoptamos” los lunes por la tarde para charlar.
El músico del litófono, un cincuentón con aspecto hippy que, de vez en cuando, toca en la calle su curioso instrumento, hecho de placas de pizarra, cuerda y bambú.
La septuagenaria Wendy, hermosa y ligera en su bicicleta, y siempre presente, trabajando en los jardines o en cualquier evento que organice Transition Town Totnes.
Jonni, joven encantador, enamorado de España, que vende raciones de arroz en su puesto “Hermanos Paella” del mercadillo gastronómico. Actualmente, se entrena en el dominio de la técnica del churro y la porra.
Peggy, entusiasta jubilada con la que he hecho intercambio de idiomas estos meses, pues sueña con pasar los meses de invierno en España.
Jaquie, alcaldesa verde de Totnes, una mujer pequeña con una apariencia de fortaleza y dignidad que animan a confiar en ella. Coordina las sesiones de cine ambiental de Transition Town Totnes.
Mi cajera favorita del supermercado Morrisons que, con sus cincuenta bien cumplidos, adorna su pelo cano, recogido en moño perfecto, con una diadema de diamantes de plastiquillo. Cuando le dije que parecía una princesa, me respondió digna y sonriente: “I am a princess!”
Y otra mujer de pelo blanco, también pegada siempre a su bicicleta, y especializada en otro tipo de “servicio a la comunidad”: ha enganchado un carrito a su bici y se dedica a rescatar todo objeto aún útil de la basura, transportándolo luego al Recycling Centre, e incluso comida, aún en buen estado, que las tiendas y supermercados desechan por alguna razón… Is not amazing?
Sophie, casi dos metros de altura semiocultos bajo una pamela, larga melena cana, poncho y falda larga… Una mujer, aún metida en cuerpazo masculino, con una voz suave y expresión muy tierna. Es voluntaria en la tienda de Oxfam.
El “antiguo”, un hombre en su cuarentena, padre de familia, que siempre, siempre, va vestido y peinado como si acabase de salir de una novela de Jane Austen.
Karli, rara avis adolescente, que nos asaltó por la calle para hablar español porque le encantan los idiomas y es autodidacta en varios de ellos (árabe, entre otros). Así que le “adoptamos” los lunes por la tarde para charlar.
El músico del litófono, un cincuentón con aspecto hippy que, de vez en cuando, toca en la calle su curioso instrumento, hecho de placas de pizarra, cuerda y bambú.
La septuagenaria Wendy, hermosa y ligera en su bicicleta, y siempre presente, trabajando en los jardines o en cualquier evento que organice Transition Town Totnes.
Jonni, joven encantador, enamorado de España, que vende raciones de arroz en su puesto “Hermanos Paella” del mercadillo gastronómico. Actualmente, se entrena en el dominio de la técnica del churro y la porra.
Peggy, entusiasta jubilada con la que he hecho intercambio de idiomas estos meses, pues sueña con pasar los meses de invierno en España.
Jaquie, alcaldesa verde de Totnes, una mujer pequeña con una apariencia de fortaleza y dignidad que animan a confiar en ella. Coordina las sesiones de cine ambiental de Transition Town Totnes.
Mi cajera favorita del supermercado Morrisons que, con sus cincuenta bien cumplidos, adorna su pelo cano, recogido en moño perfecto, con una diadema de diamantes de plastiquillo. Cuando le dije que parecía una princesa, me respondió digna y sonriente: “I am a princess!”
Y otra mujer de pelo blanco, también pegada siempre a su bicicleta, y especializada en otro tipo de “servicio a la comunidad”: ha enganchado un carrito a su bici y se dedica a rescatar todo objeto aún útil de la basura, transportándolo luego al Recycling Centre, e incluso comida, aún en buen estado, que las tiendas y supermercados desechan por alguna razón… Is not amazing?
Esta vez transportaba flores para vender en el mercadillo, pero juro que no es el uso habitual de su carrito |
Y, para no hacerme larga, acabo, ¡cómo no!, con dos totnesianos de adopción, españoles de cuna, que han hecho nuestra vida aquí más cálida, interesante y divertida:
Emilio, profesional del cine documental y excelente persona, que llegó hace ocho años atraído por la permacultura y el movimiento de transición, y que hoy sigue aquí, entre otras razones, porque hay un río, que es un ingrediente importante de su olla de la felicidad.
Y Libertad, creativa, intuitiva y generosa, que lo mismo da clases de español, que organiza un espectáculo flamenco, que te pinta un retrato naif, que se arranca con un “Al Alba” aflamencada que deja al pub entero en silencio.
Emilio, profesional del cine documental y excelente persona, que llegó hace ocho años atraído por la permacultura y el movimiento de transición, y que hoy sigue aquí, entre otras razones, porque hay un río, que es un ingrediente importante de su olla de la felicidad.
Y Libertad, creativa, intuitiva y generosa, que lo mismo da clases de español, que organiza un espectáculo flamenco, que te pinta un retrato naif, que se arranca con un “Al Alba” aflamencada que deja al pub entero en silencio.
Sí, estos han sido mis vecinos, entre otros pocos miles a los que debo unos meses preciosos. Totnes ha sido mi particular Cicely (aquel pueblecito de Alaska al que enviaron al Dr. Joel Fleishman), por la cantidad de personajes originales, artistas, locos y solitarios. Aunque también me ha recordado a La Granja, con su toque pijete (aquí se dice “posh”) y su importante población de rentistas, herederos y beneficiarios de remuneración de origen incierto. Y, por supuesto, ha sido lo más parecido que he experimentado a vivir en una especie de ecoaldea, con su eco-revuelto de hippies, neohippies, transicionales, esotéricos, terapeutas y visionarios.
Así que no puedo por más que gritar un entusiasta “THANK YOU SO MUCH, TOTNES!”